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João Pedro desata el vendaval del Chelsea y liquida al último bastión sudamericano
No habían pasado ni veinte minutos cuando João Pedro, como quien se conoce de memoria el libreto del fútbol, se plantó en la frontal del área, acarició el balón con la derecha y lo mandó a la escuadra sin pedir permiso. Una pintura. Un disparo seco, directo, sin adornos, que dejó clavado al veterano Fabio (sí, con 44 años en la mochila) y puso el 1-0 para el Chelsea ante Fluminense en las semifinales del Mundial de Clubes. Golpe de realidad y primer aviso de que esta historia tendría acento europeo en la final.
Fluminense, el último representante sudamericano en pie, había llegado hasta donde pudo… y con lo que pudo. Enfrente, un Chelsea superior en ritmo, físico y billetera. João Pedro, curiosamente ex del propio “Flu”, fue el encargado de poner tierra de por medio. El primero fue una obra de arte. El segundo, una clase magistral de potencia y precisión al contraataque. No los celebró. Ni falta que hizo. Se disculpó con la grada tricolor, consciente de que sus raíces estaban ahí, entre las banderas brasileñas.
Pero el fútbol no se detiene en sentimentalismos. João Pedro, captado a los 18 años por el Watford por 11 millones, siguió escalando hasta aterrizar este verano en Stamford Bridge por 63 millones de euros. Más de la mitad del valor total del plantel de Fluminense. Así se escribe la diferencia entre dos mundos: el del talento que se forma en Sudamérica y el que se consagra con chequera en Europa.
De hecho, el brasileño ni siquiera iba a jugar este torneo. Estaba de vacaciones cuando el Chelsea lo llamó para unirse a la expedición rumbo a Estados Unidos. Aterrizó, debutó ante Palmeiras en cuartos con empate en el marcador… y revolucionó el partido. Marcó, asistió y dejó claro que su sitio está en los focos grandes. Ahora, ha sido el verdugo de dos equipos brasileños en días consecutivos, con la elegancia y contundencia que su país admira y que Europa paga.
El partido, por momentos, ofreció al Fluminense alguna chispa de esperanza. La técnica de sus jugadores permitió aguantar tramos del encuentro e incluso rozar el empate. Cucurella tuvo que sacar un balón bajo palos y el VAR perdonó unas manos claras de Chalobah en el área. Pero la sensación era la misma: cada vez que el Chelsea pisaba el acelerador, llegaba el peligro.
Thiago Silva, ahora en las filas del “Flu”, intentó poner orden desde la zaga, pero la diferencia de intensidad fue evidente. El equipo brasileño se fue descomponiendo poco a poco y el segundo tanto terminó por ser la lápida. A partir de ahí, poco que contar: el Chelsea manejó el partido con calma inglesa y João Pedro se llevó los focos, los elogios… y quizá algo de nostalgia.
Porque este Mundial de Clubes, más allá de los goles y las estadísticas, ha sido una radiografía de cómo está repartido el poder en el fútbol. Europa compra, Europa gana. Sudamérica forma, sueña y resiste. Pero cuando llega el momento clave, como pasó con Fluminense, lo que pesa es el músculo económico y la profundidad de plantilla.
Final europea, pues. Y con João Pedro como la figura emergente de un Chelsea que ha encontrado oro brasileño para alimentar su presente y su futuro. Para el Fluminense, queda la dignidad de haber competido hasta donde el cuerpo y el presupuesto dieron. Pero el tablero está claro: el mapa futbolístico está más desequilibrado que nunca.
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