En la prensa surge recurrentemente la pregunta acerca de los límites humanos en el rendimiento deportivo, habitualmente cuando se bate algún récord del mundo que se consideraba imbatible. La respuesta a esta pregunta suele venir de la mano de explicaciones técnicas o científicas sobre los sistemas de entrenamiento o la evolución de los materiales deportivos. Sin embargo, es poco habitual enfocarla desde una perspectiva ética y jurídico-normativa.
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¿Existen límites éticos o jurídicos en el rendimiento deportivo?
El deporte es una actividad específicamente humana cargada de sentido y simbolismo, que viene cumpliendo una función social en las sociedades modernas desde hace varios siglos, pero que tiene unas raíces culturales muy profundas en los albores de la civilización. Como cualquier otra actividad humana, evoluciona constantemente al albor del progreso de la sociedad y en paralelo a la misma. Sin entrar en disquisiciones o diferencias de orden cultural, el progreso del deporte hoy está medido por la superación continua de los récords. Marcas a batir que se miden en metros, segundos, kilogramos, copas, trofeos, campeonatos… no importa cuál sea la medida, lo sustancial es mantener una idea de progreso constante en base a unos indicadores que permitan verificar que hoy se ha llegado más lejos que ayer.
Todos sabemos que los récords, por definición, en tanto que representan el máximo desarrollo de una disciplina o de un deporte en el tiempo, expresado en términos cuantificables, no son fácilmente superables. Pero siempre acaban por superarse. Antes o después, los récords caen; antes o después, se superan las marcas, las medidas, lo cuantificable. Surgen entonces varias preguntas de índole periodística, más que científicas: ¿hasta cuándo?, ¿cuál es el límite?, ¿llegará un momento en el que el ser humano alcance sus límites y ya no se puedan superar estas marcas?, ¿acaso llegaremos a ver una involución de las mismas?
Planteada la cuestión de esta manera, no vamos a dedicar ni un segundo a responder a estas preguntas. Vamos simplemente a dar por supuesto que los récords están para ser batidos; en eso se ha convertido esencialmente el deporte moderno de alto rendimiento, desde sus orígenes en la Inglaterra Victoriana a principios del siglo XIX. Y el deporte actual, el posmoderno, con algunas variaciones significativas, sumando el individualismo y la preocupación por la igualdad y el respeto del medioambiente, sigue por el mismo camino.
Dicho esto, planteemos la pregunta de otra manera, ¿existen o deben existir límites éticos o jurídicos en el rendimiento deportivo? Ya que parece que no existen uno límites técnicos o tecnológicos (acaso teóricos, pero que siempre acaban por desvanecerse), que nos permitan vaticinar el estancamiento de los récords deportivos, consideremos al menos si debería existir, o si de facto existe, algún otro tipo de límites.
El deporte, en muchas ocasiones, surge por la evolución de una actividad humana previa a la que se le ha cambiado su significado, por algún fin determinado (correr para huir, por correr para ganar; nadar para vadear un río, por llegar antes al otro extremo; dar patadas a un balón para calentar los pies, por marcar goles, etc., etc.). Esos cambios, siempre ha sido y son cambios legales, reglamentarios. Básicamente, la esencia de cualquier deporte es su reglamento, un código o conjunto de normas que regulan el juego, y que prevén sanciones cuando aquellas no se cumplen. Y estas normas deben siempre responder a una ética, a unos valores. Si cambian las normas, cambia el deporte, y cambia la ética que lo soporta. Pongamos un ejemplo. Si permitimos el uso de sustancias dopantes en el deporte, el deporte mismo se convertirá en un circo, cuya ética ya no sería la del enfrentamiento justo sujeto a normas, sino una actividad en la que no se podría asegurar la integridad ni la salud de los participantes.
Saltarse las reglas, en el deporte o en la vida, siempre ha propiciado avances espectaculares desde una visión positivista (no de derecho positivo), materialista y resultadista; pero lo hace a costa de poner en entredicho sus valores cualitativos, normativos y éticos. Por ello, los posibles límites a la evolución de los deportes deben estar en las normas y reglas que los definen, no en la progresión natural (humana) o artificial (tecnológica, aunque también humana) de las marcas y los resultados.
El deporte actual está en peligro, como todo lo que cambia de manera natural, fruto del avance de la sociedad (que siempre es un avance natural) y de la evolución misma. Si miramos atrás, todo ha cambiado, no sólo en el deporte, sino todas las esferas de la vida. El deporte avanza a caballo de la sociedad, como cualquier otra institución o actividad humana. El deporte que hoy jugamos, que hoy realizamos, no es el mismo que jugábamos ayer… han cambiado muchas de las normas, pero, sobre todo, han cambiado las personas y las sociedades; han cambiado sus valores.
Estoy totalmente convencido de que mientras exista el deporte de alto rendimiento, basado en la superación constante de las marcas y de los registros, seguirán superándose dichas marcas, los resultados y los récords. Y eso, no es esencialmente malo; sino al revés, representa unos valores característicos de la sociedad actual, según los cuales, mediante el esfuerzo, el sacrificio y el trabajo, se puede mejorar y avanzar. Y así mejoran todos los medios y sistemas que rodean el deporte de alto rendimiento: la alimentación; los sistemas de entrenamiento; los materiales; la tecnología; la formación de los técnicos; el uso de la inteligencia artificial, para detectar talentos; el big data, para predecir resultados procesando y analizando millones de datos generados en el entorno del deporte y del deportista, etc., etc.
¿Dónde está entonces el riesgo o el peligro al que se enfrentan hoy el deporte y la sociedad? El peligro está en el cambio de valores que ha reducido el deporte a espectáculo, el rendimiento a la superación de marcas, los medios a sólo fines, olvidando lo más importante: el camino. Debemos seguir creyendo en el deporte, en los valores humanos que encarna, muchos de ellos herederos de nuestras raíces clásicas y representados por el olimpismo. Un deporte sin atajos, en el que se respetan las reglas, y donde éstas se cambian o adaptan teniendo en cuenta los valores del deporte, no sólo el mero entretenimiento acrítico de las masas.
El deporte actual es heredero de dos tradiciones fundamentarme: el agón griego y el ludus romano. Es esencial que sigamos manteniendo el elemento lúdico (juego, diversión), pero sin olvidar su parte agonal (lucha, combate), porque es en la práctica deportiva donde el ser humano es capaz de conocer sus límites y conocerse a sí mismo, es capaz de ensayar comportamientos muy útiles para trasladar a la vida y convertirse en ciudadano: aprender a ganar y a perder, a cooperar y a competir, siempre desde la óptica de la deportividad.
Los únicos límites que debemos poner al deporte, al menos en su versión del alto rendimiento, son los mismo que debemos poner a la ciencia, a la técnica y al desarrollo humano. Acechan grandes peligros, grandes desafíos, pero estoy seguro de que seremos capaces de mantener lo esencial del deporte, que son sus valores humanos, al tiempo que avanzar y evolucionar en sus formas y maneras, para que el deporte siga siendo uno de los pasatiempos más importantes de la especie humana, y una fuente de sentido para millones de personas.
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