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La obesidad es hoy uno de los mayores desafíos de salud pública mundial
Según la OMS, en 2022 más de 1.000 millones de personas vivían con obesidad (650 millones adultos, 340 millones adolescentes y 39 millones niños). Para 2035 se estima que más de la mitad de la población mundial tendrá sobrepeso u obesidad. El crecimiento más rápido ocurre en países de ingresos bajos y medios, donde la urbanización, la vida sedentaria y la disponibilidad de ultraprocesados sustituyen patrones alimentarios tradicionales. La obesidad también se superpone con la malnutrición por déficit en muchas regiones, configurando la llamada doble carga de la malnutrición.
Impacto en salud
El exceso de peso es un factor de riesgo central para múltiples enfermedades. En el ámbito metabólico, explica más del 80–90 % de los casos de diabetes tipo 2. A nivel cardiovascular incrementa la probabilidad de hipertensión, enfermedad coronaria, insuficiencia cardíaca y accidente cerebrovascular. La obesidad está además vinculada con al menos 13 tipos de cáncer (colon, mama postmenopausia, endometrio, hígado, entre otros). Otras consecuencias incluyen apnea del sueño, artrosis, infertilidad, enfermedad renal crónica y enfermedad hepática grasa no alcohólica. El impacto también alcanza la salud mental: depresión, ansiedad y el peso del estigma social y médico que afecta calidad de vida y adherencia a los tratamientos.
Impacto económico
Los costes directos e indirectos de la obesidad son enormes. Se calcula que consume entre 2 % y 7 % del gasto sanitario mundial, dependiendo del país. En Estados Unidos, los costes médicos directos superan los 170.000 millones de dólares anuales. A esto se suman costes indirectos: menor productividad, ausentismo, discapacidad y jubilaciones anticipadas. En países de renta media, donde la obesidad crece más rápido, el impacto económico amenaza la sostenibilidad de sistemas de salud frágiles y con escasos recursos.
Dimensión social y geopolítica
La obesidad refleja y amplifica inequidades sociales. Afecta más a comunidades con menos recursos, donde los alimentos saludables son caros o poco accesibles, y los entornos no favorecen la actividad física. La industria de ultraprocesados y bebidas azucaradas influye decisivamente en la epidemia, sobre todo en niños y adolescentes. Frente a ello, varios gobiernos han implementado políticas: impuestos a bebidas azucaradas, etiquetado frontal, regulación de la publicidad dirigida a menores y programas de reformulación de alimentos. Sin embargo, las presiones del mercado y las diferencias regulatorias hacen que la respuesta global sea todavía fragmentaria.
Futuro cercano
Si no se actúa de manera decidida, se proyecta que para 2060 la obesidad será el principal factor de riesgo prevenible en pérdida de años de vida ajustados por discapacidad (AVAD), superando al tabaquismo. Los nuevos fármacos para la obesidad (como los agonistas GLP-1 y sus combinaciones) prometen reducir la incidencia de diabetes y eventos cardiovasculares, especialmente en grupos de alto riesgo, pero no sustituyen la necesidad de prevención poblacional. El reto es equilibrar innovación farmacológica, sostenibilidad de costes y políticas estructurales que hagan más fácil y asequible elegir opciones saludables. Solo con una estrategia combinada —prevención, acceso equitativo a tratamientos y regulación del entorno alimentario— podrá revertirse la tendencia actual.
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