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Los fichajes laterales y el techo invisible de los abogados formados en casa
En los despachos modernos, crecer desde la base ya no garantiza el ascenso. Las firmas invierten cada vez más en abogados que llegan desde fuera con experiencia y clientes, mientras los jóvenes que se formaron en la casa se topan con un techo invisible que limita su promoción.
Durante décadas, los despachos de abogados cultivaron la idea de que la carrera profesional era una escalera previsible: entrar de junior recién salido de la facultad, demostrar excelencia técnica, acumular horas facturables y, con el tiempo, alcanzar la ansiada condición de socio. Sin embargo, la realidad actual es otra. Hoy, los abogados formados en la propia firma encuentran crecientes dificultades para ascender, mientras que los fichajes laterales —los que llegan desde fuera con experiencia en otros bufetes o incluso con cartera de clientes propia— avanzan con mayor rapidez hacia la sociedad.
Los datos confirman esta tendencia. Desde 2012, distintas estadísticas muestran que los fichajes laterales tienen más probabilidades de ser promovidos a socios que los homegrowns. Esa brecha, lejos de cerrarse, se ha ampliado en la última década. El mensaje implícito es claro: la lealtad y la formación interna valen menos que la posibilidad de incorporar desde fuera un abogado “ya hecho”, que viene con la promesa de negocio inmediato.
La diferencia se explica en parte por las expectativas que pesan sobre unos y otros. El abogado formado en casa entra contratado por su expediente académico, su disposición a trabajar largas horas y su potencial como ejecutor de tareas. En esos primeros años se le valora como “mano de obra jurídica”, pero no como un futuro generador de negocio. Su carrera depende de demostrar, con el tiempo, que tiene cualidades que nadie podía prever al principio.
El lateral, en cambio, es una apuesta segura. Se le ficha no por su potencial, sino por su valor probado: especialización en un área concreta, encaje cultural con la firma y, sobre todo, capacidad de aportar clientes. Un despacho no paga a un headhunter ni ofrece un contrato millonario para ver qué ocurre en diez años.
Contrata a quien ya trae consigo el activo más preciado: facturación inmediata.
Este desequilibrio también responde a factores culturales. A los homegrowns se les sigue viendo con la sombra de los becarios que fueron, aunque hayan demostrado madurez y excelencia. Los socios veteranos pueden seguir viéndolos como “los chavales de la casa”, sin la autoridad necesaria para liderar. El lateral, por el contrario, entra como novedad brillante, con la presunción de calidad y el respaldo de un proceso de selección costoso y exigente. Incluso la pandemia reforzó esta brecha: muchos formados en casa teletrabajaron, invisibles para los socios decisores, mientras los laterales aprovecharon su incorporación para pasar más tiempo en la oficina y ganar visibilidad.
La inversión refuerza esta lógica. Los despachos gastan fortunas en contratar laterales: honorarios de cazatalentos, programas de integración, formación específica. Es natural que quieran ver resultados rápidos en forma de promociones aceleradas. En cambio, al abogado formado en casa, que ha costado menos en términos de inversión reciente, se le exige paciencia, lealtad y largos años de espera.
El trasfondo de todo ello es el mismo: la capacidad de atraer clientes. Tanto en el lateral como en el homegrown, el camino a socio se mide menos por la excelencia técnica que por la habilidad para generar negocio. Pero mientras al lateral se le presupone esa capacidad como condición de su fichaje, el abogado formado en la casa debe demostrarla contra viento y marea, enfrentándose además al prejuicio de sus propios mentores.
El resultado es un techo invisible que limita el ascenso de quienes crecieron en el despacho desde el primer día. Una falsa meritocracia que predica fidelidad y sacrificio, pero premia lo inmediato y lo externo. Así, se consolida una cultura en la que ser buen abogado no basta: para progresar hay que ser buen captador, y en muchos casos, llegar desde fuera con la cartera ya hecha.
En este contexto, los jóvenes que inician su carrera en una firma deben ser conscientes de que su lealtad no garantiza la promoción. La estrategia más inteligente pasa por complementar su formación técnica con el desarrollo de habilidades de negocio, visibilidad y creación de redes. Solo así podrán competir con quienes llegan desde fuera con ventaja.
El debate que se abre es incómodo pero necesario: ¿deben los despachos premiar más la fidelidad y el talento cultivado en casa, o seguir apostando por el fichaje lateral como atajo para asegurar ingresos? Mientras esa pregunta siga sin respuesta, muchos abogados seguirán topándose con un techo invisible que no depende de sus méritos jurídicos, sino de los clientes que puedan poner sobre la mesa.
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