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JJ Spaun, de tocar fondo a conquistar el US Open con un putt de locura
Lo de JJ Spaun en Oakmont no fue solo una victoria, fue una historia de redención escrita con palos, lluvia y mucha garra. El estadounidense de 34 años sorprendió al mundo del golf al quedarse con el US Open 2025, en una edición marcada por el barro, los bogeys y un final que nadie esperaba. Porque nadie lo tenía en las quinielas. Porque nadie, ni él mismo, habría apostado a que todo acabaría así: con un putt de 21 metros que rebotó en la historia.
Spaun no es el típico héroe de portada. No viene de una carrera plagada de títulos ni tiene un currículum de película. De hecho, en 2018 le dijeron que tenía diabetes tipo 2. Lo que siguió fue un derrumbe físico y emocional: perdió 23 kilos, la tarjeta del PGA Tour y casi las ganas de seguir jugando. Durante un tiempo, su presencia en los torneos era casi simbólica. Mareos, fatiga y visión borrosa lo acompañaban más que los birdies.
Pero se mantuvo. Poco a poco fue recuperando terreno, y en 2022 dio una pequeña señal de vida con una victoria en el Valero Texas Open. Nada que hiciera pensar en lo que pasaría este domingo en Oakmont.
La jornada final fue un reflejo perfecto de su vida: arranque complicado, caos total y resurrección. Empezó con cinco bogeys que lo sacaban de toda pelea. Para colmo, la lluvia interrumpió la ronda por más de una hora y media. Al volver, el campo era otro: greenes lentos, rough espeso, agua en las calles. El tipo de escenario donde el US Open se vuelve un tormento y solo sobreviven los más tercos.
Y Spaun, que venía +5 en el día, fue encontrando la calma en medio del caos. Cerró con cuatro birdies y un bogey, y se convirtió en el único jugador capaz de vencer al campo. Terminó con -1 total, una cifra que en Oakmont es casi ciencia ficción.
Mientras tanto, los nombres grandes se iban cayendo. Jon Rahm, que venía remontando, acabó séptimo con +4. Tyrrell Hatton cometió un bogey clave en el 17, con sus gestos habituales de desesperación. Sam Burns y Adam Scott tampoco supieron aguantar el golpe. Y Robert MacIntyre, el escocés zurdo que firmó una gran vuelta de 68 golpes, marcó el ritmo desde la casa club con +1.
Entonces, apareció el momento. Spaun, sin experiencia seria en majors y con una sola victoria en el circuito, llegó al hoyo 18 con una oportunidad remota. Pegó una madera perfecta que dejó la bola en el green, a más de 20 metros del hoyo. El empate lo dejaba en playoffs, el birdie le daba la victoria. Nadie esperaba que lo metiera. Ni siquiera su caddie. Pero lo hizo.
La bola rodó, giró, cambió de ritmo y entró. Así, sin más. Un putt imposible, cuesta abajo, en uno de los greenes más temidos del mundo. Spaun se desplomó, se abrazó con su caddie, y de pronto, todos los fantasmas del pasado se quedaron en el camino.
Fue un final de película para un jugador que ya había vivido su drama. Oakmont, uno de los campos más crueles del circuito, fue testigo de un milagro deportivo. Y Spaun, autodidacta desde niño, que aprendió a jugar en el garaje de su padre, ahora tiene su nombre en la historia grande del golf.
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