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Una final inédita: Thunder y Pacers a por su primer anillo en tiempos de baloncesto inteligente
No están los Celtics, ni los Lakers, ni los Warriors. Tampoco aparecen los Bucks, los Suns o los Nuggets. Este año, la gran final de la NBA enfrenta a dos equipos que pocos hubieran apostado en octubre: Oklahoma City Thunder y Indiana Pacers. Será un choque sin precedentes, histórico por múltiples razones y con una narrativa que, aunque no luzca tanto en la portada de las grandes cadenas estadounidenses, va a dejar mucho que hablar.
Para empezar, ninguno de los dos ha sido campeón en su etapa actual. Los Thunder rozaron la gloria en 2012 con Kevin Durant, Russell Westbrook y James Harden, pero cayeron ante los Miami Heat de LeBron. El único título en su historia fue en 1979, cuando la franquicia aún jugaba en Seattle y se llamaba SuperSonics. Por su parte, los Pacers llegaron a la final en el año 2000, liderados por Reggie Miller, pero fueron barridos por los Lakers de Shaq y Kobe. Ahora, ambos tienen la oportunidad de estrenar su palmarés en casa.
Aunque mediáticamente puede parecer una final "menor", sobre el parqué se espera una auténtica exhibición de buen baloncesto. Oklahoma representa el orden, el equilibrio y la ejecución perfecta de un plan. Indiana, en cambio, es puro vértigo: ritmo alto, transiciones rápidas y un caos organizado que desconcierta a cualquiera. Dos estilos muy diferentes que prometen una serie vibrante, táctica y con duelos directos de alto nivel.
Y lo mejor es que esta final ya está haciendo historia antes de que empiece. Para empezar, las entradas para el primer partido se han convertido en las más caras jamás vendidas en ambos pabellones. Y eso que estamos hablando de dos mercados medianos. El hype local ha roto cualquier expectativa. La fiebre por ver a su equipo luchar por el título ha disparado los precios a cifras récord.
Otro dato curioso: es la final con menor distancia geográfica entre los dos equipos desde 1956. Apenas 1.231 kilómetros separan Indianápolis de Oklahoma City. Aquella lejana final fue entre Fort Wayne Pistons y Philadelphia Warriors, separados por 991 km. Pero eso era otra NBA, con apenas ocho equipos y sin el show global de hoy.
Ahora bien, el dato que realmente marca un antes y un después en la liga es otro: por primera vez desde que existe el límite salarial moderno (2002), ambos finalistas están por debajo del tope permitido. Ni los Thunder ni los Pacers han tenido que pagar el temido "impuesto de lujo" por exceder el límite de sueldos.
Esto dice mucho del trabajo de despacho. Ambos equipos han sabido construir plantillas competitivas sin despilfarrar. Han apostado por el desarrollo interno, los contratos inteligentes y la continuidad de proyectos. En un ecosistema donde el dinero manda, han demostrado que se puede llegar lejos con cabeza, scouting y paciencia.
Los números hablan: Indiana ocupa el puesto 18 en la tabla salarial con poco más de 169 millones de dólares en nómina. Oklahoma, incluso menos, está en el puesto 25 con 165 millones. Por comparar, los Knicks —a quienes eliminaron los Pacers— se gastaron casi 189 millones, y los Timberwolves —que cayeron ante los Thunder— superaron los 202 millones.
En resumen: esta final es un soplo de aire fresco para la NBA. Dos equipos jóvenes, con hambre, construidos con visión a largo plazo, jugando un baloncesto moderno y atrevido. Puede que no tengan las estrellas mediáticas de siempre, pero sí talento de sobra y una historia que ya está rompiendo moldes. La pregunta no es si será una gran final. Lo será. La pregunta es: ¿quién se ganará su primer anillo?
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