Corría el año 1999 cuando David Bowie afirmó con total seguridad que "el potencial de lo que Internet va a hacer a la sociedad, tanto bueno como malo, es inimaginable". Por aquel entonces, Internet estaba todavía en sus primeras fases, pero la predicción de Bowie ha resultado increíblemente acertada a pesar del escepticismo de la época.

Hoy nos encontramos de nuevo en medio de otra transición disruptiva. A medida que las tecnologías emergentes dictan cada vez más nuestro día a día y dan forma a nuestro futuro, somos cada vez más conscientes de las implicaciones que esta transición conlleva. Hemos llegado a un punto en el que tenemos que empezar a considerar, como sociedad, cuál es el mejor camino a seguir. 

Y no debería sorprendernos que esto esté ocurriendo ahora. Hemos pasado de las máquinas que ejecutaban nuestras instrucciones a los dispositivos inteligentes que predicen los acontecimientos de nuestra vida y dan forma a nuestro desarrollo social y geopolítico. El nivel de sofisticación y complejidad que estamos presenciando en la innovación actual nos lleva a pensar qué tipo de barandillas deberíamos implementar para prevenir -o eventualmente superar- un techlash. 

Pero la cuestión más significativa que debemos abordar es hacia qué tipo de sociedad queremos evolucionar y cómo debemos desbloquear esa deseada evolución. Como mencionó Trudeau durante el Davos de 2018, estamos en un momento en el que "El ritmo del cambio nunca ha sido tan rápido, aunque nunca volverá a ser tan lento" y tenemos que aprovechar el momento y llegar a un consenso sobre el equilibrio adecuado entre lo que queremos hacer y nuestra forma de pensar y los valores con los que nos comprometeremos. 

La ética digital nunca ha sido tan crítica. En los últimos años hemos asistido, más que nunca, a un llamamiento cada vez más urgente al desarrollo de normas, marcos y estructuras éticas. 

Es evidente, pues, que hay que abordar los profundos cambios que afectan a nuestro bienestar y remodelan nuestra sociedad como consecuencia de las nuevas tecnologías. 

Nunca antes en la historia habíamos sido tan conscientes de que los beneficios de las tecnologías deben ser justos y equitativamente distribuidos, sin poner en peligro nuestros derechos y libertades. Esto debe ser abordado a fondo en las primeras etapas de la creación de la tecnología, antes de que un producto o servicio sea entregado al mercado.

Por ello, nuestro reto actual como sociedad es comprender cuáles son los beneficios que buscan los individuos, así como la forma más justa de ofrecerlos. Tenemos que concebir productos y servicios que, por su diseño, no puedan utilizarse de forma poco ética y que permitan a las personas ser usuarios responsables y comprometerse con los valores que les son importantes.

Comprender las causas subyacentes de los retos éticos que plantean las nuevas tecnologías es una tarea muy compleja. Requiere, y seguirá haciéndolo, toda nuestra atención, experiencia y preparación. Esperar a ver cómo evolucionan las nuevas tecnologías y, sólo entonces, abordar sus consecuencias, no será suficiente. Tenemos que empezar ahora a reconocer de forma proactiva cómo va a transformar y reordenar nuestra sociedad.